Pronto terminará la serie de poemas dedicados a Ulises, que tengo miedo de que os aburráis de leer siempre sobre el mismo tema. Pronto pero no hoy, ni la próxima semana, todavía quedan dos o tres poemas que me gustaría poner antes de cerrarla.
El de hoy es de un poeta salvadoreño, Roberto Armijo (Chalatenango , El Salvador, 13 de diciembre de 1937-París, Francia 23 de marzo de 1997).
Y que encontró su casa llena de bullicio
De palurdos pretendientes de Penélope
Nadie lo reconoció El perro Argos indolente gruñó
Y el sufrido Ulises miró las mesas llenas de vino
Y de cabritos asados
Y pensó en sus hambres Recordó a sus amigos
Vueltos cerdos
Y añoró los muslos de Calipso
Las trenzas de Nausicaa
Y ligero tenso el arco y clavó como mariposas
A los golosos pretendientes de la gorda Penélope
No soy Ulises
Fuera de la escritura
El mundo no lo conozco
Me parece un pedazo de vidrio
Un despelote donde tirios y troyanos tienen la misma sangre
Y se vuelven furiosos
Locos de Macbetths
Sin embargo anoche soñé que volaba sobre el Sena
Y desperté inquieto por el problema inexplicable del vuelo
Y al soplar cuidadoso el espejo de mis pensamientos
Me acordé que podía hacerme dos alas de petate
Para evitar las nieblas del infierno
Y fue entonces que sorprendido al abrir la ventana
De repente la bóveda celeste entró en forma de frutas
Y abajo oí hablar a los ángeles con las putas
Y vi los focos amarillos parpadeando en la bruma
El silencio nocturno
Me apretó
Y sofocando movía los brazos
Apenas respiraba en el crucigrama de la noche
Comenzaba a preparar el viaje
Él se llenaba de tierra
Porque el mar era gaviota
Noche inmensa
Pececillos
Navaja de frío cortando nariz orejas
Dedos gordos morados
Sólo el cisne marino a veces chillando en la madrugada
Siempre el torbellino rumoroso de sal
Reventando las uñas
Mordiendo pelos orejas
Y arriba el firmamento La Osa Mayor Las Pléyades
La imaginación compañera
Lo entregaba amarrado
A la copa de vino A la cerveza
A la ciega Endurecida melancolía
A veces lo dejaba a hurtadillas perdido
En el trozo sangriento y sabroso
De carne de ciervo
O la pata gorda de gallo de los bosques
Entonces se restregaba los ojos
Ademán de costumbre
Y el alma siempre a solas
Y el hielo de Dios
¡Sólo guardo en el corazón el impulso para el viaje!
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