Llevo días ahogándome en un mar de dudas.
En realidad, desde que me presenté en junio a las oposiciones, no tengo nada claro. 4 días al mes estoy convencida de seguir intentándolo, los siguientes 4 me pregunto si no sería mejor dedicarme a otra cosa y dejar mi vocación aparcada por un tiempo, después me paso una semana queriendo irme a China, a Perú, a Denver o a Japón (podría haber puesto cualquier lugar), cambiar de aires….
Desde ayer por la tarde solo pienso y pienso y pienso…y vuelvo a pensar. Y me pregunto ¿seguir o parar? ¿subir o bajar? ¿atarme o volar? Pero no encuentro la respuesta apropiada.
Parece que quiero ser profesora desde que era pequeña. Sí, eso parece. Cuando aprendí a leer, sentaba a todos mis muñecos en la cama para darles clase e imitaba las situaciones vividas en el colegio ese día. El alumno de pelo azul tenía muchos problemas para leer. Yo le imitaba y fingía confundir las letras y quedarme atascada. Las alumnas Nancy y Pepona se llevaban muy bien y siempre se querían sentar juntas. Osito de peluche era un niño muy malo. Siempre hablaba y hablaba y lo tenía que sentar separado de los demás. A veces no dejaba de dar la lata y yo trataba de demostrar mi autoridad: “osito, si no te callas, te saco al pasillo”. Y allí acababa el pobre más de una vez, sentado en el suelo frío. Mi madre volvía del trabajo y se encontraba en el pasillo a los alumnos que no se habían portado bien, castigados.
Ya en el instituto, cuando no tenía claro qué iba a estudiar, seguía queriendo dedicarme a la docencia (aunque no fui, ni de lejos, una alumna ejemplar). Recuerdo especialmente a mi profesora de literatura durante dos cursos, Antonia. Siempre sonreía y tenía una forma peculiar de pronunciar la “s”, así que nos decía: “Tenéish que sher másh fantashioshoshsh”. Y a mí y a mi compañero nos entraba la risa tonta, típica de la edad del pavo. Pero mi compañero, al que conocía desde el colegio, siempre me decía que yo de mayor sería como ella. Y la verdad es que no me importaría, al menos no me importaría que algún alumno me recordase como yo me acuerdo de ella.
A trompicones, empujones y tropezones, terminé el instituto y acabé la carrera.
Salí de las prácticas del CAP (muy cortas para mi gusto), ilusionada y convencida: eso es lo que quería ser.
Mis experiencias con clases particulares, también han ido en esa dirección, tanto con alumnos trabajadores, como con alumnos algo vagos de los que había que estar todo el día encima y enfadarte y exigir y hablar con sus padres…incluso es más satisfactorio tener alumnos así y conseguir resultados, es una gran motivación para seguir adelante.
En mis primeras oposiciones, a las que fui “por probar”, tuve bastante suerte. No era una nota brillante, pero era un aprobado que, por lo inesperado, hizo que mis piernas temblasen y me llenase de ganas y de ilusión para volver a intentarlo. Dos años después, tras haber abandonado muchos proyectos, perder contacto con muchos amigos, renunciar casi por completo a la vida social y perderme muchas fiestas… ¡zas, toma tortazo! Vuelvo a aprobar pero con peor nota que la otra vez. Después de todo el esfuerzo por conseguir lo que quieres, llevarte un palo así te deja en un estado difícil de explicar, solo entendido por otros opositores en la misma situación (frustración, desilusión, tristeza, decepción…)
Tras un verano en estado casi catatónico, pensé que era hora de dejar de lamer mis heridas, que debía ponerme un parche y seguir adelante. Decidí que necesitaba desconectar un poco, no olvidarme por completo (es un lujo que no me puedo permitir), pero sí tratar de comenzar otros proyectos, de buscar otras salidas. Y la verdad es que estoy ilusionada con varias cosas pero a veces, de repente, me da por cuestionar toda mi vida, por pensar si no me estaré equivocando en todo y si merece la pena todo esto por una meta que no sé si conseguiré, o me ayudaría más buscar nuevas metas. A la herida le puse un parche, pero puede que no esté todo lo cicatrizada que me gustaría y, a veces, si estiro la piel, sigue sangrando.
En momentos así, se me caen encima las paredes de mi casa y me siento como decía al empezar: ahogándome en un mar de dudas.
Creo que tengo miedo a decidirme por una meta y que luego salga mal. Algo que entiendo debe pasarle a todo el mundo (o al menos a casi todos). Confío en que cuando vuelva a tener claro lo que quiero, el viento sople a mi favor. Porque:
"No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige."
SCHOPENHAUER, Arthur
HOLA NENA!! YO TE APOYO, A MÍ ME PASA LO MISMO, AUNQUE YO CASI ESTOY POR DEJARLO Y NO PRESENTARME A MÁS CONVOCATORIAS DE OPOSICIONES Y PONERME A TRABAJAR EN OTRA COSA QUE NO SEA AQUELLO POR LO QUE SIEMPRE HE QUERIDO HACER: SER PROFESORA. UN BESO Y ÁNIMO QUE NO TODO ESTÁ PERDIDO, Y YA SABES QUE PARA TODO LO QUE NECESITES AQUÍ ME TIENES.
ResponderEliminarGracias, guapa, yo también te apoyo con lo que decidas.
ResponderEliminarDe todas formas, esta entrada la escribí hace ya tiempo, ahora ya no me siento así (al menos ahora mismo) estoy más animada... y más decidida a irme por ahí cuando termine el máster, jejeje. Pero tú no te desanimes, por presentarnos, tampoco perdemos nada. Eso sí, lo de buscar otra cosa, me parece buena idea, centrar nuestras vidas solo en ese objetivo (tan subjetivo para los que te evalúan) solo puede desembocar en pozos como en el que estaba metida cuando escribí todo esto. Lo mejor es tener la mente ocupada.
Un besazo.